27 mar 2017

Veintisiete niños y una mujer


Todo el verano estuvo preparando actividades. Hacía años que había estado en Educación Infantil pero los últimos años, y dado que tenía titulación apropiada para varios niveles el colegio decidió que estaría mejor en el primer ciclo de Primaria para facilitar la transición de los niños.
Volvía con ellos, sus pequeños, iniciaría con ellos la vida académica de un grupo de niños y niñas.
El primer día, se sintió sorprendida al conocer el número de niños que había en el aula, parece que este año no había forma de conseguir dos líneas y todos los admitidos podían estar en una única clase. Bueno, ella tenía experiencia, y se había enfrentado en otras épocas a esta situación.
Preparó su aula con esmero, llena de color y luz en cada rincón, en cada pared. Su objetivo era trabajar utilizando el juego siempre que fuese posible, en estas edades a los niños les cuesta mucho sobre todo los primeros días, y diseñar un entorno lúdico podría ser una forma de que estuviesen más cómodos y se sintiesen bien.
Recibió a los padres unos días antes de iniciar las clases, fue una reunión agradable. Muchos de ellos estaban muy preocupados por las cosas cotidianas, unos eran tímidos, otros todavía se hacían pis de vez en cuando, otros tenían chupete, ... pero nada que no saliese de la cotidianeidad de las aulas de infantil sobre todo al principio del curso.
La noche antes de conocer a los niños no pudo dormir, cada año le pasaba lo mismo, sentía esas mariposas en el estómago que le hacían estar en vigilia permanente.
Aquella mañana no quiso esperar a los niños dentro, se puso el mandil más alegre entre los que tenía en el pequeño armario, y salió a la calle con una enorme sonrisa. Los niños llegaban de la mano de su padre o madre, algunos incluso con los dos; descubrió que alguno llegaba en carrito, pensó observarlo porque quizá le trataban como más pequeño de lo que realmente era y eso podría afectar a su autonomía. Algunos lloraban, otros le daban la mano en silencio mientras miraban con cara de sorpresa a su alrededor, otros reconocieron a uno de los niños del parque y entraron felices pensando que aquello era el lugar de juegos, ... todos eran distintos, pero se parecían en aquel baby amarillo y azul impoluto que les serviría como barrera ante diferentes potingues que allí iban a conocer.
Ya sola en el aula, al tiempo que estaba rodeada de niños, veintisiete exactamente, se presentó, le enseñó todas las cosas que por allí había para jugar. Se presentó y pidió a ellos que dijesen su nombre; unos con voz más aguda, otros con una débil vocecilla que no se oía más allá de los quince centímetros. Un niño le llamó la atención desde el inicio, en su baby tenía bordado su nombre Ian.
No se relacionaba con el resto de niños, se dirigió a la estantería y cogió la caja de bloques lógicos, lanzándolos a lo lejos de manera rápida y sin mirar allá donde iban cayendo.
Primer patio de la temporada, pidió a sus compañeras que observasen a Ian. El niño lanzaba puñados de arena a lo alto en un rincón, el resto de niños se apartaban por miedo a que les cayese encima.
Los días fueron pasando, las entrevistas con los padres ocupaban sus tardes, pero pese a llegar tarde a casa cada día preparaba cosas nuevas. Parecía que nada de lo que había preparado durante el verano le servía, eran demasiados niños e Ian requería una atención especial por su parte; no le gustaban los rincones, no jugaba con el resto de niños pese a que ellos intentaban que sí lo hiciese.
Pidió apoyo al departamento de orientación, pero en infantil poco se puede hacer que señalar algunos indicios de lo que pueda pasar. El equipo de atención temprana de la zona tampoco era ya viable, porque el niño estaba ya escolarizado.
Los padres de Ian tampoco le dieron muchas pistas sobre cómo atenderle, era cabezota, y no hablaba mucho. Habían consultado con distintos médicos, e iba a comenzar en el logopeda una semana después.
Ella se iba agotando, porque quería atender a Ian y quería atender al resto de niños, pero no podía, necesitaba alguien más en el aula. Pero este año tampoco era posible contar con un auxiliar. Ella quería atender a todos de manera personalizada, atendiendo todas y cada una de sus necesidades, pero no podía. Se sentía frustrada. El resto de niños eran conscientes que Ian era distinto, e intentaban que fuese uno más del grupo; ella siempre creyó en la diversidad como riqueza y así lo vivía, los niños percibían el buen hacer de la maestra.
Pasadas unas semanas llegó a colegio una chica de prácticas, y ella pidió que fuese asignada a su aula. Aquel mes fue delicioso. Pudo atender a todos, Ian estaba atendido, iniciaba sus primeros contactos con el resto de niños y pronunciaba algunas palabras. La chica de prácticas estaba pendiente de él, y no únicamente como atención escolar que no el objetivo principal, sino para facilitar la socialización del niño.
Pero la chica se fue, y se quedó sola de nuevo. Y por vez primera lloró de rabia camino de casa, porque volvía a ser la maestra que quiere atender a todos y no puede. Porque en esas edades, las clases de veintisiete y una mujer no conducen a situaciones de aprendizaje sino a espacios donde los niños aguardan que alguien les recoja para volver a casa. La escuela es algo más, es el sustento de las sociedades de mañana y así es complejo atender a cada uno de acuerdo a sus necesidades personales. Porque ella cree en ello, pero pronto dejará de hacerlo.
La gente la veía como una heroína, pero ella se veía como una simple mujer.

Imagen de portada: Pixabay

*Inspirado en una situación real como homenaje a todas esas maestras y maestros que quieren hacerlo bien, que quieren atender a todos y todas, y que sin embargo se sienten incapaces de hacerlo de manera aislada sin ayudas y como superhéroes. Porque la inclusión únicamente será efectiva si esos hombres y mujeres que creen en ello, tienen apoyos personales para hacerlo.